miércoles, 20 de mayo de 2009

UNA PEQUEÑA HISTORIA

Les voy a contar una historia:
Había una vez un niño, vivía en el país mas injusto del mundo, un país gobernado por seres que según todos los limites y cánones humanos deberían calificarse como mal gobernantes; descarados, degenerados, ladrones. Pero también había una ciudad, la mas hermosa sobre la superficie de la tierra. Con un inmenso cielo azul, un río gris, magníficos edificios con resplandecientes fachadas... que si el niño se paraba en la orilla derecha, la orilla izquierda semejaba la huella de un molusco gigante llamado civilización .. aquella que dejo de existir.
En la mañana temprano, cuando el cielo estaba todavía cuajado de estrellas, el niño se levantaba y después de tomar una taza de te y un huevo; el niño corría a lo largo del terraplén de granito cubierto de nieve, rumbo a la escuela.
El inmenso rió yacía blanco y helado como la lengua de un continente caído en el silencio...y un enorme puente se arqueaba contra el cielo azul como un paladar de hierro. Si al pequeño le sobraban dos minutos, se deslizaba en el hielo y se imaginaba a los peces bajo aquel hielo tan grueso; se detenta y luego corría sin parar hasta la entrada de la escuela.
Ya sentado en su pupitre, en su cuaderno tomaba nota de la explicación que daba la profesora; levantaba la mirada y atentamente observaba a sus compañeros que en ese momento lo ignoraban.
A pesar de vivir en un país tan injusto, tenia una ciudad que le brindaba cosas hermosas, podía disfrutar de todo lo que tenia a su alcance. Por eso les digo que jamas la memoria se perderá  ya no somos monos, la cola la perdimos hace millones de años.

MARÍA RITA DELGADO PEREZ

lunes, 4 de mayo de 2009

EL ULTIMO DIA

E L U L T I M O D I A

Son muchas las veces en que nos cansamos de vivir eternamente en el papel que cada día desempeñamos y dentro de un sobre cerrado llamado sentimiento; somos inválidos de corazón, tratando de huirle al tiempo y a la verdad y buscamos otras direcciones sin conocer lugares sino tan sólo el momento. Quiero dirigirme a ustedes y contarles mi historia pues todos tenemos algo que callamos voluntariamente.

Me gustaría no enterarme de nada, me decía mientras observaba por la ventana el bello jardín de mi casa.
Pero ocurría que de una u otra forma desde mi oficina en donde realizaba mis trabajos ó desde mi alcoba me enteraba de todo.
Siempre había sido una chica demasiado liberada, sin control, pero en el fondo muy honesta. El caso era que jamás había contado con el apoyo de mis padres, pues estos no permanecían en la casa… el trabajo, los viajes, las reuniones sociales siempre fueron más importantes que yo.

Vivía en un mundo lleno de lujos, lo tenía todo, ¡bueno casi todo! Por que lo que realmente anhelaba era un poquito de atención por parte de mis padres, de amor, un buen consejo ó un bello detalle.
Le preguntaba mil veces a mi conciencia, por qué me callaba ante mis padres y no los enfrentaba de una ves por todas, cuando llegaban a la casa para volver a salir, sin preguntar por mí, si me encontraba o no, ó si estaba bien ó tal ves mal… pero no, evitaba todo aquello y me guardaba lo que sentía.
Debido a esto, llevaba una vida desordenada; de fiesta en fiesta, salía cada noche con chicos diferentes, con la mayoría tenía relaciones sin protección, llegaba a la casa amaneciendo, descansaba todo el día y en la noche volvía a salir… me sentía agotada, la rumba y el estudio me estaban consumiendo.

Aquella mañana tenía ante mí un libro que contenía temas de enfermedades de transmisión sexual, acababa de abrirlo y lo estudiaba con ahínco, jamás lo había hecho, me había llamado la atención pues últimamente mi ánimo estaba por el piso y en las noches no podía dormir debido a unas fiebres altas que venía presentando.
Concentrada en mi lectura pensaba que no necesitaba saber tanto que no necesitaba ser sabia, pero seguía estudiando. Escuchó voces que se filtraban a través de la puerta… ¡OH sorpresa ¡ sus padres habían llegado pero como siempre ya se iban, escuché que a Europa, el tiempo nunca se enteraba de eso. Dieron instrucciones a mi nana Julia; aquella mujer que durante años me ha cuidado como una madre, bueno eso pensaba yo, pues hasta el momento no sabía como era el amor de una verdadera madre ó de un padre. Mi nana Julia se despedía de ellos, una vez más aquella puerta se cerraba sin preguntas ni respuestas.
Sentí pasos, la puerta de mi habitación se abrió y entró mi nana Julia, esperaba alguna razón de mis padres pero no recibí nada. Luego ella me preguntó: ¿Lucía podemos dar un paseo?... Después ¿sabes? Le contesté,
Si quieres podemos subir hasta la colina y contemplar el lindo paisaje que tanto te gusta mi linda niña, me decía mi nana… pero la verdad no la escuchaba, no me sentía bien, preferí acostarme un rato y descansar.

Desperté sobresaltada al escuchar el timbre de la puerta varia veces, luego escuché a mi nana cuando abría… alguien preguntaba por mí… era mi amiga Sara, ya subía las escaleras cuando salí a su encuentro.
¿Hola amiga cómo esta? Hola Lucía… por qué no fuiste a la fiesta, te esperamos hasta tarde con TOM. Lo siento amiga le contesté, lo que pasa es que no me he sentido bien últimamente, voy a pedir una cita con mi médico y te aviso para que me acompañes…
Bueno amiga, me respondió Sara, pídela, me avisas, te recojo y te llevo a la consulta.

Varios días habían pasado, esperaba la llamada del hospital en donde me informarían la hora y fecha en que tendría que ir al consultorio del Doctor Richard. Mientras tanto con mi nana Julia subíamos a la colina a tomar el aire puro de la mañana… ya era una costumbre que teníamos las dos.
Decidí contarle que no me sentía bien y que iría al Médico, pues era la persona en la que más confiaba y la que me brindaba su compañía, su cariño y cuidados. Se ofreció acompañarme, era el apoyo más grande que tenía. No volví a salir en las noches; me dediqué más al estudio; pues esperaría hasta saber lo que me pasaba y por qué de aquellos mareos tan extraños. A los pocos días me confirmaron la cita, mi amiga Sara me llevó al hospital; allí el DR Richard nos esperaba para realizarme unos exámenes especiales.
Oye Lucia, tu médico es muy joven y guapo, decía Sara…
Por una vez Sara, compórtate y guarda silencio le respondí.

El Dr. Richard me hizo seguir al consultorio en compañía de una enfermera que me tomaría unas muestras de sangre… luego pase a una salita en donde esperé unas horas mientras salían los resultados, fui examinada muy bien.
Con los resultados en la mano el Dr. Richard los empezó a leer en silencio para dar el diagnóstico final.
Yo seguía en la sala de espera junto a mi nana Julia y Sara.
Luego el Dr. Richard hizo pasar a mi nana Julia, pues yo estaba bajo sus cuidados. Había pasado media hora… un mal presentimiento invadió mi cuerpo, sabía que algo malo estaba pasando pero lo más seguro es que no me dirían nada; los veía hablar y hablar a través del cristal pero sin poder escucharlos. Lo que mostraban aquellos exámenes era aterrador, como le diría uno a alguien que contaba con poco tiempo de vida, cuándo se está empezando a vivir; eso pensaba mi Doctor al examinar una y otra vez aquellos exámenes que ya marcaban una cruel realidad… Sí… tenía Sida…
Por unos segundos guardaron silencio, luego preguntó por mis padres, pero mi nana Julia le comunicaba que se encontraban viajando y no había forma de llamarlos pues jamás dejaban algún número o sitio preciso para hacerlo.
Todo quedó en manos de mi nana Julia, el Dr. Richard me comunicó que mi enfermedad se debía a un virus no peligroso y que pronto estaría bien.

Los días continuaron normalmente, mis padres llevaban meses sin regresar; mi nana cuidaba de mí en que nada me hiciera falta… me acompañaba a las terapias que el Dr. Richard me había ordenado dizque por unos meses.

Mi amiga Sara se enteró por mi nana Julia de lo que me pasaba, ahora sería un secreto entre las dos y las dos se encargarían de hacerme sentir bien, como si nada estuviera pasando.
No volvimos a mencionar fiestas; el tiempo lo gastábamos estudiando, salíamos de compras, a almorzar con los pocos amigos que me visitaban, a cine… no nos preocupábamos sino por pasarla bien.


Pasaron tres meses… el tratamiento que recibía me debilitaba demasiado, cada día que pasaba era como si muchos años cayeran sobre mi vida.
Dime nana Julia ¿que es lo que tengo? No quiero que me ocultes nada, siento que soy diferente, me veo diferente y empiezo a perder mi cabello…
¡Todos creen que no me he dado cuenta de lo que pasa, pero están equivocados!
Noté el desconcierto en mi nana, ¿te pasa algo nana Julia?, de pronto te has quedado en silencio y te has puesto pálida.
No digas tonterías, no pasa nada hija, mejor descansa; mañana subiremos a la colina, tu sitio favorito… Sí nana Julia, ahora ayúdame a acomodar las almohadas y pásame mi jugo por favor.

Mi enfermedad avanzaba rápidamente, cada día me sentía peor, ya no tenía fuerzas para ir a la universidad, mi tiempo estaba acabando, mis locuras estaban cobrando un fruto mal sembrado. El olvido de mis padres me enfermaba más, aquellos que aún no sabían por lo que estaba pasando; mejor así; mejor ocultar lo que no tiene remedio.
Hay cosas en las que sería mejor no enterarse jamás y ésta era una de ellas.


Un día cualquiera pasa lo que menos esperamos; daba gracias a Dios por una buena noche ó un nuevo día, esto ya era un reto para mí. Sin embargo sabía que las buenas noches ó los buenos días hacía mucho tiempo habían pasado a un segundo lugar, ya no eran míos.

En las noches no lograba convencer al insomnio que se alejara, por que el dolor se encargaba de impedirlo.
Tenía veinte años y ya había vivido y sentido más de lo que jamás imaginé; pensaba en mis amigas, aquellas que se habían alejado y me demostraban que su amistad no era tan buena como yo pensaba; sólo contaba con Sara, ella si era mi amiga, a la que veía como a una hermana, la que siempre estaba ahí para darme su apoyo. Contaba con Julia, con sus cuidados, su cariño; con aquella mujer que se había convertido en la madre que nunca había tenido.
Se había encargado de buscar a tantos expertos en las cosas posibles de la medicina, esperando otra respuesta a lo que ya era prácticamente una clara evidencia.

Pensaba: ¡cómo me gustaría que fuera tan sólo un sueño del que acabo de despertar, que todos estuvieran equivocados y que ésta enfermedad del sida nunca mi cuerpo hubiera elegido!
Finalmente aceptaba que no tenía esperanza. Me resigné a dejar que el tiempo se encargara cuanto antes de mi vida, una oración a Dios era lo mejor para que me evitara tanto dolor.
En medio de todo había sido tan débil, no había tenido el valor suficiente para decirse a sí misma que en vez de buscar soluciones, había encontrado problemas por dejarse llevar por aquellos que creía sus amigos.

Había noches en las que el sueño era imposible, ahora trataría de dormir… ocultándome bajo mis cobijas taparía al mismo tiempo mi vergüenza, aquella que sentía por haber sido tan débil.

Sara y algunos buenos amigos me visitaban todas las mañanas, eran tan divertidos que por momentos me hacían olvidar mi realidad, me revelaba contra mi enfermedad y las ganas de vivir me seducían, pues morir creo no está en los planes de nadie… siempre había pensado que quienes se morían eran los viejos.
Antes, en medio de mi soledad había deseado morirme, tenía motivos como el olvido de mis padres; pero ahora que contaba con poco tiempo de vida, me aferraba a ella como el ancla al mar ayudada por la arena.
Ahora veía la vida de otra forma, era tan linda, tan valiosa… y la estaba entregando sin defenderla.

Julia, Sara y Tom nunca me dejaban sola, se encargaban de arreglarme, Sara me vestía con mis mejores ropas y me hacían sentir bella, salíamos al jardín, tomaban fotos para el recuerdo, me enteraban de nuevos acontecimientos de la universidad, de uno que otro chisme de las que habían sido mis amigas y que se habían alejado por miedo a contraer la enfermedad. Mi amiga Sara me sugirió que por qué no escribía un libro contando mi historia… ¡Sabes que sí amiga! Le respondí, tú serás mis ojos y Tom será mis manos, con el apoyo de ustedes lo terminaré; y volvíamos a reír como si nada.

¡Vaya! No pensé que la muerte podría estar tan cerca, me decía cada día al despertar, me parecía que YO estaba ganando la batalla… luego me convencí de la derrota.
Cuántas veces he maldecido mi enfermedad y hasta he desafiado a Dios en mi afán por vivir; me parecía tan injusto, luego me arrepentía pues no tenía derecho a reclamarle.
Llegué al extremo de desearles el mal a mis padres, pues no entendía por qué me habían traído al mundo para olvidarme… ¡Claro! Me pareció mal hecho de mi parte.

Si alguien pasaba por la calle, me daba envidia, como si no pensara que a lo mejor él o ella también tenía problemas.
No saben cuantas veces me he revestido de fe, y me he tomado varias cucharadas de esperanza, me he alimentado con vanas ilusiones. He leído todo acerca del Sida, he consumido las noticias donde han hablado del VIH; ahora comprendo por qué mi familia y algunos amigos han empezado a esfumarse; por miedo a la enfermedad… como si ésta se transmitiera por un apretón de manos ó un beso en la mejilla.

He sido testigo de las miradas de lástima cuándo me visitaban las señoras que vivían al frente de mi casa, y el temor que sentían de ser contagiadas.
Eso era lo que no quería; que me vieran con lástima, me herían en lo más profundo.

Hoy, ya no tengo nada que reclamarme, he visto lo que antes mis pobres ojos no veían.
Busqué de nuevo a Dios y lo encontré, dispuesto a recibirme, hablé con él como lo hacen los mejores amigos; él me brindó sus brazos y supe que aún tenía alguien en quien confiar, que la fe existía, y me dejé llevar por ella.
Ya no tenía esperanza de quedarme en este mundo, realmente estaba cerca la partida. Dios me dio su mano, me apretó con fuerza y por primera vez, se escapó de mis labios la mejor sonrisa, la más sincera en la que no había dolor.

En pocos días cumpliría mis 21 años, sentí la necesidad de compartir unos momentos con mis mejores amigos; eran pocos pero muy especiales.
Mi nana Julia organizó todo; me di cuenta que jamás estaría sola… mi amiga Sara se encargó de enviar las invitaciones, de comprarme el vestido que luciría ese día; pues ese día estaría linda, ya no habrían más cumpleaños para mí, por eso sería especial.
Me preguntaba: ¿Qué pasaría si Dios decidiera romper el poco hálito de vida que tengo y llevarme a su lado? Estoy segura que me iría feliz.

Llegó el día de mis cumpleaños, sentí dentro de mí algo muy extraño, el saber que mis pocos amigos estaban ahí conmigo me llenó de una inmensa alegría… mi mejor cumpleaños me lo estaban celebrando, me divertí tanto que no hubo lugar para el dolor. ¡Cuántos en lugar de estar llorando ó viviendo de un recuerdo, desearían estar riendo de felicidad en este momento! Como yo… que vivo nutriéndome de sueños que apenas si me dejan llegar hasta la puerta que aún permanece abierta.
La casa era tan grande, mis amigos tan pocos pero suficientes para llenarla.
Ellos han permitido que disfrute más lo que por suerte me concedió el destino, me han orientado cuando me siento en un inmenso laberinto sin salida.
Guardaré en el cofre de los recuerdos todos los detalles hermosos que me regalaron. La música romperá el silencio de mi tristeza.

Al sentir la impotencia ó la impaciencia de no poder encontrar una salida, tomo un lápiz y un pedazo de papel y escribo como lo estoy haciendo ahora.
El amor de quienes me acompañan, me dan la posibilidad de ver el sol cuando se oculta, el amanecer de un día más, de escuchar el canto de las aves, de poder salir al jardín de mi casa. Que lástima no haber recibido un consejo a tiempo, me hubiera evitado tantas complicaciones.


Mientras llegaba el momento, sentí que quería ser útil, servir a quien lo necesita; que lograra evitar una lágrima ó el arrancar del triste una sonrisa.
Me quedaba una esperanza, con Sara decidimos dar conferencias a personas que estuvieran pasando por mi mismo problema; nuestra preparación nos tomó unos días, los temas los sacábamos de libros, enciclopedias, bibliotecas y de mi mismo Doctor que nos colaboraba en la mayoría de los casos. Todos éramos pacientes de él, por lo tanto conocía cada caso que se nos facilitaba dar las conferencias sin ningún problema bajo su vigilancia.
El papel más difícil de la vida es aquel en el cuál tenemos que representarnos a nosotros mismos; cuanto diera por bajar del escenario, pero no… mi lugar estaba ahí; no era una salvavidas, si lo fuera me hubiera salvado, simplemente ordenaba otras, evitaba que el dolor fuera más fuerte… era lo único que podía hacer por el momento.
Sentirme útil me llenaba de una paz interna, aquella que antes jamás conocí.

Entre las conferencias, asistir al tratamiento, leer libros, fue pasando el tiempo… tal ves el último día estaba cerca.

Mi nana Julia me había comunicado que mis padres regresarían dentro de poco; ya nada me importaba, si regresaban ó no era lo mismo; ya nunca más necesitaría de ellos.

Mi enfermedad avanzaba rápidamente, tomaba mi cuerpo como un mal perfume. Llamé a Sara, pues me sentía muy débil, ya no podía estar de pie, y el dolor era insoportable, mi piel había cambiado. Me llevaron al hospital, el Dr. Richard había decidido hospitalizarme, la verdad mi enfermedad se encontraba en su estado terminal. Estaría bajo control permanente. Sentí tanto dolor reflejado en los rostros de Julia y Sara, y por un momento me pareció que se estaban despidiendo de mí; sabían que a mi casa ya no volvería.

Sara y Tom siguieron con las conferencias, mucha gente asistía a ellas.

Decidí dejarles una nota a mis padres, sería corta pues me faltaban las fuerzas:
Queridos mamá y papá: Antes de despedirme, quiero que tengan bien presente, si por algún motivo ven que pueden ayudarme, quiero que me prometan que no llorarán por mí, aún cuando tengan que pasar por una dura prueba sin esperanzas, a la que tarde ó temprano llegaremos todos los mortales… la muerte… mi muerte.
Con todo el corazón… Lucía.

Mi nana Julia guardó la nota cuidadosamente, se la entregaría a mis padres tan pronto regresaran.

Cada noche le pedía a Dios se acordara de mí, estaba segura que cuando mis padres se enteraran de mi enfermedad, en vez de apoyarme se avergonzarían de mí. Lo menos que quería era hacerlos sentir mal, jamás había existido para ellos y así seguiría siendo.

Había dormido toda la noche gracias a los fuertes calmantes que me estaban aplicando.
Todos los días mis amigos iban a visitarme y sobre la mesita de noche me dejaban pequeños detalles que mi nana Julia recogía y guardaba en el cofre de los recuerdos. Sara no se apartaba de mi lado, era mi amiga, mi hermana… siempre pendiente de que no me faltara nada.

Aquel día el sol me abrazaba con fuerza a través de la ventana, me senté en el borde de la cama… una enfermera me llevó al baño y luego me acomodó de nuevo en el borde de la cama, le pedí me dejara así… me sentía tan débil, tan cansada, presentí que había llegado mi hora… me sentía como aquella flor que de repente ha perdido sus pétalos y ha quedado sin protección. Sentía en mi pecho el dolor de la soledad, el dolor del abandono, el dolor de entregarle a la muerte mi juventud.

Escuché al Dr. Richard cuando hablaba con mi nana Julia… ya nadie podría entrar a visitarme, sería aislada por seguridad; ya no podría volver a ver a mis amigos, ni a Sara, ni a Julia; una enfermera se encargaría de mí.
Yo sabía que todos esperaban afuera, alguna noticia mía los calmaba ó los preocupaba según las circunstancias. Mi nana Julia me observaba a través de una ventana especial… era la única que podía hacerlo.

Pensé que dejar pasar el tiempo, poseerlo, era el lujo más grande que podía existir para mí, en el escaso espacio de vida que me quedaba.
En medio de mi dolor, ese ser noble y poderoso vino hasta mi cuarto ya tan olvidado y solitario, me esperaría unos días más, hasta que pudiera despedirme de mis amigos y darles un adiós muy lejano.
Pedí me pasaran un espejo pues quería ver mi rostro, gasté varias horas frente a él, ensayé la manera de peinarme diferente con aquel afán de verme bien, sentí nervios de no alcanzar a darles el adiós a mis amigos; quería que este camino se alargara y no volver a ver atrás nunca más.

La presencia de mis amigos se había vuelto tan necesaria, eran el alimento que fortalecía la esperanza de seguir cultivando la posibilidad de convertir un sueño imposible en realidad; en donde el sufrimiento era compartido por todos, en donde el oportuno conocedor profundo del lenguaje era el de la amistad sincera. Amigos y compañeros, capaces de dar muchas horas de insomnio sin esperar nada a cambio.

Ahora recuerdo que de muchos rechacé la mano cuando me la tendieron, y ahora me la vuelven a tender y se las acepto con pena y desilusión… creo que el orgullo y la rebeldía nos hacen perder la posibilidad de conocer una verdadera amistad.
He tenido una recaída, protesté en mi interior por ello, pero he sacado fuerzas para continuar con mi historia.
Hoy me he limitado a las noticias que me traen las enfermeras y las de mi médico, me dicen que me ven mejor, me hacen pasar un rato agradable… me gustaría que fueran sinceros conmigo. Me siento diferente, hasta mi cuarto de hospital dejó de ser agradable; cuando puedo me siento en la orilla de la cama y enciendo la luz, cierro la puerta que dejan siempre abierta y voy al baño a hacer correr el agua sin ayuda de nadie.

Todas estas noches he tenido un miedo terrible. Las noches y los días se han vuelto muy tranquilos; permanezco inmóvil y silenciosa como esperando el último anuncio en donde llega Dios en persona y me extiende su mano para llevarme al lugar que me ha destinado para siempre.

Hoy mi nana Julia me ha comunicado que mis padres llegarán en tres días, me he sentido triste, me he deprimido un poco… imposible huirle a la realidad. Quiero ver sus rostros y que ellos vean el mío, el rostro del que nunca se ocuparon.
Un rostro que antes tenía una exuberante juventud con un espíritu alegre, coqueto y con una chispa picante; pero que ahora está marchito por las circunstancias de la vida… que ahora prefiero la soledad y no la compasión de los demás, pues ya no soy como ellos.
He descubierto en este largo camino lo doloroso de una historia y el sufrimiento que he causado a mis mejores amigos.
Le he pedido a mi nana Julia que cuando lleguen mis padres lo primero que tiene que hacer es darles la nota, luego llevarlos al hospital… la verdad deseaba verlos y poder despedirme de ellos; deseaba ver sus caras por última vez sin sentimientos de culpa.

Ahora termino mi Oración diaria, me aferro a ella con tanta fe, siento un alivio profundo como si Dios me calmara tanto dolor; veo el cielo y algunas estrellas parecen hablarme. La enfermera me ha cambiado todas las sábanas de la cama pues ésta debe permanecer muy limpia. Mi amiga Sara me envía notas de todos mis amigos con mi nana Julia, las leo y lloro en silencio por no poderlas contestar. Cuánto quisiera poderles dar un abrazo; me dicen que no pierden la esperanza de volver a verme en una vida normal dentro de un mundo justo y sano. Vuelvo a llorar en la soledad de mi habitación… he llorado tantas veces.

No podemos guardar el amor inútilmente; si en una parte de nuestra mente duerme, no nos quedemos callados, exprésalo bien fuerte y nuestras palabras lo despierte.
No creo que exista una frontera tan inmensa entre el amor y la amistad pues recíprocamente se alimentan.

Quiero amanecer como si hubiera renacido, sentirme llena de confianza, quiero que Dios ponga en mis ojos una mirada de esperanza y que me dé valor para mirarlos de frente sin sembrar la más mínima duda, temor o incertidumbre. Yo no deseo a otro lo que estoy viviendo; a mis amigos que reflexionen sobre todo lo que hasta el momento han visto y vivido… no escuchen el llamado de lo malo, no lo invites a entrar, pues él no te pedirá que abras la puerta si tú no lo permites.

Bajo este techo de una habitación de hospital y que ahora pasó a ser mi hogar, hay una hija que no soporta la ausencia de sus padres, y que muy pronto partirá al lugar donde no tiene idea quien la estará esperando; solo sé que será hermoso.

¿Saben? Cuando aún podía caminar por las calles repletas de gente, observaba a una que otra persona en su ir y venir, y analizaba el significado de la palabra Felicidad… vi. Al pobre feliz en la pobreza, pero también vi hombres esclavos de la riqueza; luego pensé en mí… concluí que por más que se tenga dinero, este no es garantía que respalde felicidad; no es suficiente para darnos la vida, la dicha, el amor, la amistad, ni la paz de la conciencia. Ahora estoy confundida, atemorizada, esclavizada, dentro de un mundo del que ya no puedo salir.
Pero creo que el dolor de la piel o del cuerpo en general es lo de menos cuando se tiene limpia la conciencia. Ojalá fuera tan sencillo el rechazo de los demás como cambiar tu asiento por mi asiento, lo haría con gusto, pero muy pocos lo harían sin antes sentir en sus rostros la desconfianza, aquella que marchita toda posibilidad de acercamiento con los demás.

De veinticuatro horas que contiene un día, una tercera parte de mi vida la he compartido con mis amigos y mi Nana Julia; sin tener el cariño de mis Padres. Mis tristezas, penas y dolores jamás los he podido compartir con ellos.
Mis horas, días y semanas los he convertido en el tinto más dulce, porque he tenido que agregarle el dulce que tiene la vida…así este sea tan amargo que quiera dejarlo a un lado y decirle ¡adiós!...
Entonces… observo mi semblante varias veces, ya me he dicho mentalmente: Señor, ya cumplí mis veinte y más años, desearía cumplir otros más, ¡es usted realmente maravilloso al permitirme estar viva aún!
Jamás aceptamos la posibilidad de que nos llegue el turno de morir primero; esperamos al dolor pacientemente para que nos acompañe, en medio de la soledad.
Hoy, cuando tantas dificultades retan mi vida, he aprendido a ver con claridad la realidad de otra; mi destino lo estoy dejando escrito en esta historia. Si tengo suerte, beberé un poquito de la fuente de la magia eterna y seguiré expresando sobre estas líneas mi triste realidad.
Si el cariño, el amor y la bondad del corazón se pudieran entregar a los demás, los cambiaría por la vida, por mi salvación. Aquella que poco a poco se me va sin poderlo evitar.

Amigos, chicos y chicas: debemos prepararnos para despertar, no sé cuántos días, semanas, meses o años me queden; quizás en meses romperé el silencio y mi voz se apagará… pero lo que aquí queda será el ejemplo para muchos que van por la vida sin sueños, buscando una salida que no encontrarán en mucho tiempo.

Amigos: El VIH y el SIDA es una enfermedad que no tiene cura. Quiero que conozcan algo acerca de esta enfermedad, El VIH o virus de la inmunodeficiencia humana, es un microorganismo que ataca al sistema de defensas del organismo. Lo debilita tanto, que el organismo se vuelve vulnerable a una serie de infecciones y cánceres, algunas nos pueden llevar a la muerte.
Quiero que tengan en cuenta lo siguiente: el VIH, puede transmitirse de una persona a otra a través de tres vías; relaciones sexuales sin condón con una persona infectada, exposición a sangre infectada y de la madre viviendo con el virus al hijo o hija.

Ahora les daré a conocer algo del SIDA, es el síndrome de inmunodeficiencia adquirida; es la etapa más avanzada del proceso que empieza con la infección por el VIH. Nuestro cuerpo se vuelve más vulnerable a las enfermedades; estas enfermedades no afectan a las personas cuyo sistema inmune se encuentra en buenas condiciones.
El Sida es la manifestación clínica de dichas infecciones, ya que las células de defensa llegan a niveles muy bajos y los virus en sangre es muy alta.

Los que padecemos la enfermedad del sida, vivimos bajo tratamientos constantes. El tratamiento ANTIRRETROVIRAL, es uno de ellos.
Este consiste en medicamentos que nos administran de forma temporal, debemos tomar una combinación de fármacos de manera rigurosa, tal como lo establezca el especialista… de esta manera evitamos la menor replicación posible de copias del virus.

Como pueden darse cuenta, Yo me encuentro en fase Sida, y lo único que espero es tener fuerzas para continuar con todo lo que me he propuesto y llegar a la meta antes de que me falten las fuerzas.
Dios es el ser más poderoso, me ha permitido seguir escribiendo sin que mis manos se cansen, cuando ese día llegue rodará mi lápiz por el piso y ya no me lo volverán a alcanzar. Pero la esperanza me acompaña y no me ha abandonado, ella es la respiración que aún tengo, la que por momentos se me va y vuelve como dándome a entender que todavía no es hora de partir.

Quiero que todos conozcan el siguiente versículo:
Dios lo hace caminar a ciegas, le cierra el paso por todos lados.
Los gemidos son mi alimento; mi bebida, las quejas de dolor. Todo lo que Yo temía, lo que más miedo me causaba, ha caído sobre mí. No tengo descanso ni sosiego; no encuentro paz, sino inquietud,
Cuando recuerdo todas las locuras que hice, sin respetarme a mi misma, sin valorarme como persona; siento que me traicioné. Ahora destrozada y rechazada por los demás, estoy consumida por el temor.
He querido señalar con el dedo a alguien, ¿pero a quien podía culpar?, si el pago que da el pecado es la Muerte.
Creo que el castigo que sufrió Dios nos trajo la paz, y por sus heridas alcanzamos la salud… tengan en cuenta este versículo.


Hoy ya no tengo nada que pueda preocuparme… las preocupaciones, penas y dolores, me abandonan.


Conectada a este oxígeno, lo único que espero es la llegada de mis Padres, espero verlos pronto. Mis manos ya no responden, ya no puedo seguir escribiendo, creo que mi historia está llegando a su fin.
Por un momento me quedo dormida. Al despertar veo el rostro de mi Madre que toma mi mano entre la suya y me saluda con un tierno beso; el rostro de mi Padre está bañado por las lágrimas que no puede evitar; se sienten culpables pero ya no hay espacio para las culpas, solo para las despedidas y ésta era nuestra despedida. Mi deseo se ha cumplido, los he vuelto a ver y ellos me han visto con tanto amor… con ese amor que esperé por tanto tiempo.

Un rayo de sol atravesó mi ventana para venir a acariciar mi frente, me invadió de paz: mi corazón estaba agitado por la emoción de haber podido abrazar a mi Mamá y a mi Papá como siempre lo soñé.

Los veía llorar con tanto dolor… me despedí de mi Nana Julia, de mi amiga Sara, de Tom, de todos aquellos que se encontraban allí.

Y como lo escribiera aquella gran Escritora Amparo Morales:
CUANDO CREI QUE LO TENIA TODO EN LA VIDA… YA NO TENIA VIDA.

Mi amiga Lucia murió a los pocos días.


María Rita Delgado P.