jueves, 6 de mayo de 2010

RESCATE EN LAS SELVAS DE BORNEO




Era una de esas temporadas en que todos estamos alertas al aviso de algo importante. Mi comando trabajaba firmemente y a la par, todos los días a las cinco de la mañana iniciábamos nuestro entrenamiento habitual. Pertenezco a un grupo especial del ejército colombiano, nuestro trabajo consiste en rescate de secuestrados dentro y fuera del país. Bajo el mando del general Contreras, hemos realizado misiones casi imposibles en donde han caído muchos de mis mejores hombres de combate.
Mi nombre es Lorenzo, con rango capitán del ejército colombiano… cuento con Renzo: teniente y Richi: sargento; Cinco soldados profesionales, entrenados en rescate y supervivencia.

Estando en pleno entrenamiento fui llamado de urgencia a la oficina del General Contreras, se me hizo un poco raro su llamado, pues cada vez que lo hacía era por simple causa de dar información de mi comando. Acudí rápidamente a su llamado; me di vuelta y miré a Renzo y Richi, haciéndoles un gesto de alerta y atención.
Mi General se encontraba recostado en un gran sillón giratorio, captó mi mirada y levantó la vista. Se encontraba algo agitado, su cara era de preocupación.
-Firme lo salude: ¿Buenos días mi General, me mando usted llamar?
- Sí, Capitán Lorenzo; pase y tome asiento.
- Ha sucedido algo inesperado, se trata de mi hija Claudia…usted sabe capitán que ella es misionera en las selvas de Borneo, enseña nuestras costumbres y nuestro idioma a las tribus de cierta parte de Borneo en donde habitan pequeños seres conocidos como Pigmeos.
- Pero que pasa General con su hija Claudia?...
- Capitán Lorenzo, mi hija ha desaparecido misteriosamente hace ya dos semanas, no he vuelto a tener comunicación con ella; según investigaciones que he realizado, fue raptada por una tribu salvaje de Borneo.
- Su comando tiene inmunidad y puede salir del país, por lo tanto quiero que lo antes posible viajen a la isla y me traigan a mi hija con vida. – Ustedes son el mejor comando élite que tenemos y confió en sus estrategias de rescate.
-Bueno mi General, parece que tenemos una gran misión en nuestras manos; tendré que comunicárselo a Renzo y Richi, arreglar algunos papeles, un buen equipaje con todo lo necesario…dar instrucciones a mis soldados. ¡General! Cuente con nosotros y deséenos suerte en nuestro difícil trayecto.

Me despedí del General Contreras con un apretón de manos y salí de su despacho, directo al campo de entrenamiento en donde se encontraban los demás. El teniente Renzo y el sargento Richi van a mi encuentro; les comento lo sucedido; nuestros soldados esperan alguna comunicación nuestra. Sabíamos que esta misión no era fácil, y así se los hice saber a todos…no sabíamos que nos esperaría en aquellas selvas desconocidas para nosotros y tan lejos de casa. Pero nuestra decisión estaba tomada y ante todo defendíamos la confianza que depositaba en nosotros el General, nuestra prioridad en el momento era la hija del General Contreras.
No conocíamos mucho de aquella isla. Lo primero fue bajar mucha información de ella… saber de su clima, de su vegetación, de su fauna y su gente. Era una isla con selva virgen, difícil de penetrar, terrenos pantanosos; una temperatura alta, un clima de humedad… una isla con gran inestabilidad geológica, por pertenecer “al cinturón de fuego del pacífico” en donde abundan los terremotos y los volcanes.
Conociendo algo de Borneo, empezamos a organizar el viaje, nuestros soldados tenían dos días para despedirse de la familia, era una costumbre de todos, pues nuestras vidas dependían de nosotros mismos.
Habían pasado tres días, había llegado el momento de la partida. Todos estábamos preparados a cumplir con un deber humanitario.
Uno de los soldados dice: - “Capitán, señor, no se preocupe… nadie ha muerto jamás por las consecuencias de una misión”. Todos celebramos el comentario, luego vino un silencio que pareció dibujar en el cielo lo que vendría.
Dos días nos habíamos tomado para llegar al sitio indicado. Las selvas de Borneo, parecían inocentes a los ojos de nosotros, pero la realidad era otra.
Ya en tierra, en la base militar de Borneo, pudimos observar el espesor de la jungla, a simple vista impenetrable… demasiado peligrosa.
Aquella noche la dedicamos a preparar las armas, el equipaje y medicamentos de toda clase y para toda especie animal, todo un equipo de medicinas. A las cinco de la mañana iniciaríamos la marcha.
Me dirigí a todo el comando, impartí algunas órdenes y noté en sus rostros algo de temor.
Richi, Renzo y Yo, los tres al frente de la misión, nos sentíamos orgullosos de la posición que ocupábamos cada uno… de nuestra independencia lograda por el esfuerzo de muchos años de trabajo y buenos resultados. Iniciamos la marcha… caminamos por espacio de cinco horas, teníamos que llegar a una aldea habitada por una tribu de seres muy pequeños, según descripción de muy baja estatura pero amigables con los turistas. Allí descansaríamos; obtendríamos información sobre la misionera Claudia.
Media hora después localizamos la aldea, fuimos recibidos por personitas muy amigables y serviciales, nos ofrecieron alimento y muchas bebidas. Nos hicieron pasar a unas chozas con muchas hojas en el piso las cuales servían de colchón. Rendidos caímos sobre ellas en un profundo sueño. Serían las cinco treinta de la mañana cuando un ruido interrumpió mi sueño, de un salto me puse en pie y desperté a los demás; era un pequeño hombrecito que en instantes desapareció entre la maleza.
- Capitán… ¿Qué hacemos ahora? Preguntó Renzo.
- Teniente Renzo, empecemos a interrogar a los jóvenes de la tribu.
Guardé silencio, sabia que nuestra clave estaba en aquel ser que horas antes me había despertado.
Levanté mi gorra mugrienta, observé a todo el comando ordenándoles se quedaran en la aldea haciendo averiguaciones mientras nosotros lo hacíamos por otro lado; el teniente Renzo y el sargento Richi me siguieron en silencio… los soldados salieron a cumplir con la orden impuesta.
Llegamos a un sitio espeso por la maleza, impenetrable…por un momento sentí la presencia de alguien que nos seguía con mucha curiosidad; nuestras armas y nuestro uniforme lo asustaba; Renzo y Richi lo observaban y lo seguían a cierta distancia, no sabíamos si estaba solo o con muchos más.
Un grito me puso en alerta… era el sargento Richi, corrimos al sitio donde se encontraba, se había asustado al tropezar de repente con una gran calavera que sostenía sobre ella al hombrecito que nos estaba siguiendo. ¡Pero que demonios es esto! Bajen a este hombrecito de ahí y vamos a ver que es lo que sabe.
Empezamos a interrogarlo; nuestra sorpresa fue mayor al darnos cuenta que hablaba perfectamente nuestro idioma, eso nos facilitó las cosas. Nos habló de la misionera Claudia, ella le había enseñado el idioma, confirmamos que había sido raptada por la tribu “Ojos de tigre”, salvajes y despiadados con sus prisioneros, los cuales eran utilizados en sacrificios a su dios, llamado el dios garra. Nos hizo saber que teníamos tres o cuatro días para rescatarla con vida, o sería devorada viva por toda la tribu y algunas de sus partes serían ofrecidas como ritual a su dios.
Nos enseñó la forma de llegar al sitio en donde habitaban no sin antes advertirnos de todos los peligros a los que estábamos expuestos de ahora en adelante.
De regreso a la choza fuimos trazando el camino a seguir en las próximas horas; nuestros soldados tomaron nota de cada una de las instrucciones allí dadas. Preparar nuestro viaje era lo primero, nos esperaba lo desconocido pero contábamos con todo lo necesario para realizar la misión.
Preparados y bien alimentados, seríamos guiados por aquel pequeño hombrecito hasta cierto punto en donde tendríamos que continuar la marcha por nuestra cuenta.
Mientras tanto en Bogotá, Colombia, el General Contreras esperaba noticias del comando y de su hija Claudia.
******** Las selvas de Borneo eran extensas; nos abríamos paso entre la maleza cortando ramas, pequeños árboles, palos y enredaderas que se cruzaban a nuestro paso. De esta forma podíamos avanzar.
Entre más avanzábamos, el peligro era inminente.
Seguíamos instrucciones al pie de la letra, aquellas dadas por el hombrecito de la tribu. Cuántas horas habían pasado, no sabíamos con certeza, seguramente muchas. Levantábamos nuestras cabezas para tomar el poco sol que penetraba por entre los árboles.
Le ordené a mi comando tomar un descanso, tiempo que aprovecharíamos para comer algo, luego continuaríamos pues contábamos con poco tiempo. Formando un círculo nos sentamos sobre la maleza.
¿Dios mío que es eso? Era el sargento Richi que se ponía de pie y nos mostraba la maleza; algo se movía con mucha rapidez hacia nosotros. Tomamos nuestras armas y todos en posición apuntábamos hacia el objetivo.
¡Capitán Lorenzo! Es una Anaconda y de las grandes, informó uno de los soldados; viene dispuesta a cazar una presa, se nota que está hambrienta. ¡Vaya que era de las grandes!, el ruido de los disparos despertó a todas las aves que salieron volando de entre las ramas de los árboles y el cielo se cubrió de ellas, eran tantas y de variadas especies que formaban un gran manto de variados colores.
Después de nuestra primera aventura, nos deshicimos de aquella anaconda, pero tomamos algunas fotos para el recuerdo; a pesar de nuestra primera sorpresa, nos quedamos allí. Nuestra primera noche en las selvas de Borneo, pero firmes en nuestra misión.
Aquella noche me vinieron a la mente muchas cosas, recordé algo de todos nosotros, de Renzo, de Richi, compañeros de toda la vida… amigos en las buenas y en las malas. Habían terminado conmigo el bachillerato y habíamos ingresado al ejército por voluntad propia. Soñábamos con grandes aventuras en donde el peligro estuviera presente, con misiones difíciles, en donde siempre fuéramos héroes. Nuestra pasión por la institución pronto nos llevó a obtener grandes avances hasta alcanzar lo que ahora somos.
Pertenecemos a familias sencillas y nobles, de buenas costumbres, de buenos sentimientos. Todo lo habíamos logrado juntos y recibido las mejores calificaciones de nuestros superiores; las medallas de honor siempre colgaban de nuestro uniforme. Dispuestos en todo momento.
A las cinco de la mañana mi comando ya estaba en pie. Tomamos un café bien cargado; mis soldados preparaban los morrales, una vez más iniciábamos la marcha. Un día era lo dispuesto para llegar a las montañas picudas; preparados para nuevas sorpresas. Aquellas montañas, nos acercaban al sitio en donde habitaban los Ojos de Tigre.
-¡Soldados, emprenderemos un viaje a la oscuridad sin saber lo que nos espera! ¡Sabemos que este rescate es diferente a todos los que hemos realizado, quiero que se cuiden unos a otros, vigilen sus espaldas, en caso de peligro ocúltense en los árboles y la maleza que les ofrece esta selva, que al finalizar el día estemos celebrando la victoria! …
Todos guardamos silencio, teníamos lo que todo grupo debe tener; confianza y seguridad en nosotros mismos. Dispuestos a luchar por una causa que no nos pertenecía pero que al final nos daba satisfacción por el deber cumplido.
Iniciamos la marcha, nos quedaba por cruzar el Gran cañón de las serpientes; no teníamos información de aquel sitio, solo que era muy peligroso, cruzado por un gran río lleno de animales que desconocíamos. Pocos habían logrado pasar.
Después de dos horas de marcha, apareció ante nosotros el gran cañón, era extenso, formaba una gran serpiente que parecía no tener fin. Dos soldados se acercaron… ¡capitán! Cruzaremos primero, cualquier novedad se la aremos saber.
Los dos soldados desaparecieron bajo aquellas grandes rocas llenas de agua y peligros. Los demás esperaríamos a la entrada del cañón. Sólo había una entrada y una posible salida, lo que hacía más difícil cruzar pues estaríamos expuestos a todos los peligros sin poder protegernos. Miré el reloj, una hora había pasado, los soldados no regresaban. Renzo y Richi notaron mi preocupación, decidimos entrar todos al tiempo. Era asombroso aquel sitio, salían serpientes de todos lados, escorpiones y otros animales desconocidos para nosotros. Prendimos unas antorchas y el fuego espantaba a las serpientes como a los demás animales; no podíamos utilizar armas pues causaríamos un deslizamiento de tierra y rocas. Había partes demasiado estrechas y algunas eran amplias que nos permitían avanzar con rapidez.
Vimos una gran caída de agua y corrimos hasta allí, este sitio era espacioso, pudimos tomar agua fresca y limpia. Aquel río parecía devorarnos, cualquier movimiento en falso y caeríamos a sus aguas rápidas.
Escuchamos pasos; alguien nos llamaba, eran nuestros soldados; nos habían visto y sabía que la salida estaba cerca.
Apuramos el paso, pero algo se movía a espalda de los soldados, era algo muy grande y se movía rápido; los soldados no notaban su presencia. Renzo y Richi, tomaron sus armas lo mismo hicieron los soldados, dispuestos a disparar contra lo que fuera. Nuestros soldados no se daban cuenta del peligro en que estaban. Aquello avanzaba rápidamente, tenía forma de un cocodrilo gigante; sabíamos del peligro que corríamos todos y sin embargo empezamos a disparar contra aquella cosa. Uno de los soldados había sido atrapado, el otro disparaba su arma sin causarle daño alguno, en segundos devoró al soldado… el otro soldado se defendía como podía, de pronto cayó al río y desapareció en sus aguas; aquella bestia lo siguió y desapareció junto con él en aquellas aguas rápidas. Llegamos a la orilla y vimos que el soldado continuaba con vida, le disparaba con todo a aquel animal que parecía no sufrir daño alguno. ¡Soldado! Le grité, utilice esto… levanté el arma más poderosa que teníamos y se la lancé con todas mis fuerzas, el soldado la cogió en el aire y sin perder segundo disparó contra aquella bestia que voló en pedazos dejando aquellas aguas teñidas de color rojo, en todo aquel sitio habían partes regadas del animal. Todos quedamos en suspenso, luego la luz de una salida nos hizo reaccionar. Sacamos al soldado sin sentido por el estallido del arma, recuperamos el arma y la del soldado, a los pocos minutos volvió en sí… corrimos a la salida. Todo había pasado tan rápido, como un mal sueño.
Lamentamos lo sucedido a nuestro soldado y amigo. Una gran cruz hecha por todos fue dejada sobre aquellas montañas en honor a nuestro compañero caído, sobre aquella cruz su placa y algunos mensajes de los demás soldados. Su muerte nos causó un gran dolor, le dejamos nuestras oraciones. ¿Cuántos más perderíamos la vida? Teníamos que continuar con la misión y aún no había comenzado.

Aquel gran cañón nos había cobrado un precio muy alto; preocupados, tristes, agotados; nos hacía falta nuestro soldado, estábamos fuera de si. Sobre la maleza húmeda, tendidos sobre ella, descansamos un rato. Veía el cielo y dibujaba el camino perfecto, en donde el peligro no tenía cabida; decidimos continuar.
Pasadas unas horas divisé a lo lejos las montañas, ¡nos estamos acercando a las montañas! Les dije sin mirar atrás… sabía que lo peor estaba por llegar; Renzo, Richi y los soldados tomaron posiciones; miraban con recelo aquellas montañas. ¡Vaya que si eran raras aquellas montañas! Debido a la forma en que terminaba cada una; en un gran pico que parecía abrirse para recibirnos en su interior.
Me dirigí a ellos: ¡Bueno amigos! Aquí comienza nuestra misión. A las 15 PM. Iniciamos el ascenso, el silencio fue nuestra compañía; sobre las 17 PM. Logramos cruzar sin ningún problema. Ahora buscaríamos un sitio seguro en donde pasar la noche, pues teníamos que alimentarnos, consumir mucho líquido y algo sólido. Hacia las cuatro de la mañana llevaríamos a cabo el rescate. Aquella selva nos ofrecía su luz natural, la de una gran luna que parecía vigilarnos en todo momento, podíamos ver todo sin dificultad. Para protegernos de los animales, decidimos que lo mejor era subir a los árboles; sus ramas eran muy tupidas y nos permitía acomodar morrales y mantas fácilmente.
Aquella brisa, suficiente como para que toda la noche no fuera sofocante… hacia las tres treinta de la mañana, algunas aves me despertaron; llamé a los demás, el momento esperado llegaba y rogaba a Dios nos iluminara para salir con bien de esta. Renzo y Richi daban las últimas instrucciones a sus soldados. El paisaje parecía iluminado por una luz difusa que realzaba su maravillosa vista color verde. En una pequeña laguna que rodeaba el lugar, nos bañamos rápidamente, el agua era tibia y pura… tan cristalina que podíamos ver los pequeños peces que asustados se escondían entre las pequeñas rocas del fondo ó entre las plantas que flotaban dejando ver sus raras hojas en forma de sierra.
Listos, con nuestros uniformes limpios, con nuestras mejores armas, iniciamos nuestra gran misión; la entrada a la aldea de los “ojos de tigre” no era fácil, y no teníamos idea de cuantos podrían ser.
Una hora de camino… luego ante nuestros ojos la aldea.
Parecía que todos dormían, el reloj marcaba las cinco de la mañana; dos Ojos de tigre vigilaban. Tres de nuestros soldados ingresaron por diferentes puntos. Lo primero era saber el sitio exacto en donde tenían a la misionera Claudia, los soldados se encargaban de eso y luego darían aviso a los demás. Unos minutos después ya habíamos localizado nuestro objetivo. Dormía sobre un gran manto de hojas vigilada por tres Ojos de tigre; uno de ellos pareció escucharnos y salieron de la choza dejando por un momento sola a la misionera Claudia, segundos que utilizamos para entrar en la choza y tratar de sacar a la misionera. Pero habían dado aviso a los demás y salían de todas partes con grandes lanzas, flechas y otras armas que no alcanzábamos a ver muy bien. ¡Eran demasiados! Pero la diferencia estaba en nuestras armas. La misionera Claudia se encontraba atada a un gran tronco, lo cual dificultaba la salida rápida. Había despertado, sorprendida preguntaba: ¿Qué pasa? ¿Quiénes son ustedes? No había tiempo para explicaciones, tan solo que habíamos venido a rescatarla por orden del General, su Padre para llevarla de vuelta a Colombia.
El enfrentamiento con los Ojos de tigre, era impresionante; de todas partes disparaban flechas que pasaban muy cerca de nosotros. Claudia había sido liberada por el soldado, se protegían de lanzas y flechas… en ese momento Richi se unía a ellos para que pudieran salir hacia la espesa selva.
¡Soldado, saque a la misionera Claudia, yo lo cubro! Dos soldados más llegaron a colaborarle. La misión de este soldado, era sacar a Claudia hasta llegar a la entrada del gran cañón en donde estarían a salvo. Los demás continuábamos el enfrentamiento con los Ojos de tigre, eran demasiados, nuestras armas eran poderosas y sin embargo resistían a ellas sin debilitarse. Nosotros éramos pocos, estábamos en desventaja. Aunque teníamos a la aldea a nuestro alcance, no podíamos perder ni un segundo. Lo único que nos quedaba era lanzar las granadas que acabaría con muchos de ellos, nuestras ubicaciones eran correctas y así tendría que ser nuestra salida. Renzo y Richi ya informados de la liberación de la misionera Claudia, me lo hacían saber; pero el problema estaba en que nosotros continuábamos dentro de la aldea y en inminente peligro. Dos soldados más habían salido hacia el cañón para proteger a Claudia y al soldado que se encontraba con ella… era por simple precaución de evitar alguna sorpresa desagradable.
Solo un soldado se encontraba con nosotros; le ordené me cubriera mientras corría hacia los árboles más cercanos, Renzo me acompañaba, pero no veíamos a Richi, eso me preocupaba.
¡Soldado, deje de disparar y corra hacia nosotros! Le ordené.
Empezó a correr hacia los árboles, pero no alcanzo la protección de aquellos… fue alcanzado por dos flechas que atravesaron su espalda. Se escucharon unos disparos, vi a Richi que daba de baja a los dos Ojos de tigre que minutos antes atravesaran con sus flechas la espalda del soldado.
Varios más lo seguían. Corríamos protegiéndonos con los árboles, se escuchaba el silbido de las flechas, algunas quedaban en las ramas de los árboles y en sus troncos. Decidimos arrojar las granadas, fueron muchas las que lanzamos contra aquellos salvajes, al primer estallido volamos por los aires y no supimos más de nosotros. Una gran oscuridad nos cubrió. Cuánto tiempo pasó… ¡No sé!...

Comencé a levantarme lentamente. Me di cuenta que todos estaban bien. Todos me miraban en silencio.
Escuché una voz de mujer que se dirigía a mi; ¡Capitán como se siente! Parece que recibió un impacto muy fuerte.
¡Procure no moverse con brusquedad! Y no se preocupe, estamos a salvo. Todo se oscureció a mí alrededor, desperté hasta el otro día. A la mañana siguiente, no tenía una parte de mi cuerpo que no me doliera; pero teníamos que regresar a la aldea de los pigmeos. La misionera Claudia era una mujer muy hermosa, resaltaba su brillante cabellera dorada, unos ojos verdes como aquella selva, un esbelto cuerpo bronceado por el sol. Su educación sobresalía hasta en su forma de caminar. Nos contó muchas cosas de Borneo; como había sido raptada por los ojos de tigre, lo que aquellos salvajes le hacían a otros indios, se los comían en sacrificios que hacían a su dios. Nos enseñó otros caminos de salida, en donde teníamos que evitar los pantanos y las arenas movedizas.
De regreso, dejé escapar un grito triunfal; unas lágrimas rodaron por mis mejillas en honor a mis dos soldados, compañeros y amigos. Cruzamos un estrecho camino, una hermosa pradera apareció ante nosotros; estaba oscureciendo pero la aldea de los pigmeos estaba cerca. Claudia era una gran guía, la alegría se le veía en su cara pues vería de nuevo a sus amiguitos los pigmeos a los cuales protegía y enseñaba nuestras costumbres.
Richi dijo: ¡Tenemos que avisarle al General Contreras que la misión ha sido un éxito, que su hija está con nosotros! Pero Claudia le respondió: ¡tan pronto lleguemos a la aldea hablaré con Papá! Ustedes no se preocupen, ahora van a descansar. Divisamos a lo lejos la aldea de los pigmeos, por primera vez descansaría sin preocupaciones.
Volveríamos a Bogotá – Colombia- lo antes posible,
Al despertar en la mañana, me quedé escuchando la celebración que tenían los pigmeos; al moverme, tropecé con Claudia que dormía a mi lado; la observé un rato, acomodé su almohada y salí de la choza. Frotándome los brazos activé mi circulación. Miré hacia el cielo, era un feo amanecer, una tupida y oscura bruma ocultaba las pocas nubes. El aire caliente permanecía pegado a la tierra, no había ninguna clase de brisa que lo levantara y ese ambiente cargado me hacía picar la piel. Renzo y Richi, al verme salir me dijeron: ¡Capitán, va a cambiar el tiempo! ¿Qué pasará ahora? ¡Los helicópteros están por llegar y dudamos que puedan ingresar hasta aquí con esta bruma tan fuerte que se presenta! Estamos demorados en la salida.
¡Señores, vamos a tener que esperar con paciencia, pronto el viento disipará la bruma y las nubes se aclararán! Mientras tanto vamos a tomar algo de alimento!... ¡Como usted diga capitán! Esperaremos.
Los pigmeos habían organizado unas danzas para darnos la despedida. Recorrimos toda la aldea, la calma reinaba en todo el ambiente; los pigmeos danzaban a nuestro paso y se despedían inclinando la cabeza.
¡Buenos días! Saludó Claudia, ¡que sensación tan agradable la que siento ahora! Pero también siento una gran tristeza.
Claudia se despedía de todos y todos la abrazaban con tanto cariño, las lágrimas rodaban por las mejillas de Claudia. Se negaba tener que dejarlos después de tanto tiempo de haber convivido con ellos. Después de esta emotiva despedida, penetramos en la selva una vez más… llegaríamos a la pradera en donde nos esperaban los helicópteros, estos nos llevarían a la base principal de Borneo. Allí abordaríamos el avión privado del ejército hacia Bogotá – Colombia.
El General Contreras nos esperaba en el aeropuerto militar.
Mis soldados festejaban la buena misión realizada y a la vez lamentaban lo sucedido a sus compañeros. Lo más doloroso era haber tenido que dejarlos en aquellas tierras extrañas. Lejos de su familia que no tendrían a donde llevarle una flor ni una tumba para poder llorar sobre ella.
De nuevo estábamos en suelo colombiano, nos recibieron con honores; el General abrazaba a su hija una y otra vez, la sensación de haberla recuperado era su mayor alegría. Nos agradecía de tantas maneras que nos hacía sentir un poco molestos, nuestro trabajo era ese, la recompensa vendría después. Fue una noche de fiesta, todos contaban la historia a su manera. Renzo y Richi se habían retirado a sus habitaciones. Por mi parte, pasé al General Contreras un detallado informe de todo lo sucedido. Hablé con las familias de los soldados, ver sus rostros me causaba un gran dolor. Tomé dos vasos de whisky con mucho hielo, lo cual me relajó un poco; salí del gran salón a mi habitación, pues descansar sin escapar a mi realidad era lo primordial.
En la mañana nos volvimos a reunir, tendríamos vacaciones; los soldados viajarían con sus familias a distintas partes y nosotros por nuestra cuenta a donde quisiéramos hacerlo. Claudia nos ofreció su yate privado, era grande y rápido, así que viajaríamos en él.
Iríamos a una isla llamada ST. MARY, perla del océano pacífico, Renzo y Richi van con sus novias.
Ahora, estábamos mar adentro… el deber cumplido me hacía sentir bien. Sentí la suave brisa sobre mi rostro, dos ramos de flores arrojé al mar con el nombre de mis soldados. Las vi desaparecer entre las olas, ahora estaba en paz conmigo y con ellos.

Para todos aquellos que dejan volar su imaginación.
María Rita.








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